Hasta el
siglo pasado era común ver pasar y saber que el afilador estaba cerca a la
casa. Su clásico y tradicional silbato no anunciaba su presencia. Ahora se está
perdiendo esa tradición de aquel hombre que con un pie al pedal hacía girar una
rueda y ante nuestros ojos afilaba cuchillos y tijeras por un sol de oro.
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